lunes, 16 de febrero de 2009

La Revolución Cubana constituyó para mi generación un faro de luz

Fidel Castro anuncia a través de una carta pública su retiro del ejercicio de cargos de poder en la conducción del Estado cubano.

Por Miguel Guaglianone

La noticia recorre el mundo, provoca todo tipo de comentarios y opiniones y logra hasta a dejar en un relativo silencio a sus más encarnizados opositores de Miami.

Más allá de las ideologías, nadie -exceptuando aquellos que han mantenido a través de más de casi medio siglo un odio visceral hacia su figura- podrá negar que estamos ante uno de los hombres paradigmáticos del siglo XX. Un accionar político que comenzó a sus tempranos veintiún años en 1947 y que durante más de sesenta años se ha mantenido en la escena internacional como símbolo de resistencia quijotesca a las más adversas circunstancias y a los grandes poderes, lo signa como una referencia inevitable para la historia.

Y cuando trato de enmarcar su figura, no puedo menos que evocar a aquel adolescente de 17 años que era yo en 1962, el que se mantuvo absorto y de pie durante más seis horas en el Palacio Peñarol de Montevideo, cautivado por el verbo pujante, la claridad de ideas, la fuerza de sus proclamas y la emoción de estar frente a quien era ya en ese temprano momento (junto a Ernesto Guevara a quien también vimos en esas mismas fechas en el Paraninfo de la Universidad) un paradigma viviente de nuestras tempranas utopías de justicia e independencia.

La Revolución Cubana constituyó para mi generación un faro de luz, un bagaje de esperanzas, una prueba concreta de que era posible creer en que el mundo podía cambiar. Con el tiempo las diferencias entre las expectativas provocadas por esas esperanzas y las realidades concretas que iba decantando la Revolución, hicieron que muchos de nosotros generáramos dudas y desacuerdos con aspectos específicos del proceso cubano.

Sin embargo, y a pesar de ello, Cuba y Fidel como su representante han logrado conservar a lo largo de todos estos años su condición de ejemplo indómito en la búsqueda de un mundo mejor. Sólo cuando nos es posible comprender que los procesos sociales son siempre sistemas abiertos y contradictorios, que nos presentan en su devenir las múltiples tonalidades de gris que tiene la realidad, y que no se comportan según la visión en blanco y negro con que ven el mundo nuestros ideales, es que podemos percibir el verdadero valor de un proceso social que se ha mantenido durante casi medio siglo enfrentando el poder del mayor imperio conocido, con mínimos recursos y con una población escasa y que sin embargo ha persistido en generar su propio camino, dejando un saldo de errores, marchas y contramarchas, e indiscutibles logros y triunfos.

Con el anuncio de Fidel, este proceso nos está mostrando hoy hasta que punto ha logrado una estabilidad institucional. Queda destruida de un plumazo la matriz de opinión promovida y mantenida durante tantos años de la “feroz dictadura del tirano”, que pronosticaba que la salida del poder de Fidel Castro provocaría “el colapso de su régimen”.

Pues aquí nos encontramos con todo lo contrario. Ya hace un año y medio que por razones de salud Fidel Castro estaba alejado de los cargos de poder (aunque seguía manteniendo una actividad regular de análisis de la situación mundial a través de sus escritos) y la transición se ha venido realizando con total suavidad. La responsabilidad dejada en manos de Raúl Castro está siendo compartida con una dirección cada vez más colectiva de la Revolución, que está generando progresivas autocríticas y propuestas de nuevos rumbos.

Igualmente, a diferencia de otros procesos con los que se ha querido igualar siempre a la Revolución Cubana, se han ido formando generaciones de relevo de sus líderes sociales y políticos. Dos de las figuras más relevantes que están acompañando a Raúl Castro en la conducción de Cuba, Carlos Lage (presidente) y Pérez Roque (canciller) son un ejemplo de estas generaciones que han nacido y se han formado dentro de la Revolución.

Puede entonces el viejo guerrero retirarse tranquilo y dignamente a cuarteles de invierno (aunque desde ya aclare que no renunciará a seguir desempeñando la labor intelectual de testigo de sus tiempos), la obra que junto a otros ha forjado está aquí para quedarse y continuará dando que hablar durante mucho tiempo, sobre todo ahora que sabe que no está sola, que los vientos de la historia están cambiando y que nuestra América parece orientarse hacia su destino común.

miguelguaglianone@gmail.com

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