domingo, 1 de febrero de 2009

La cultura; sí, la cultura

PARA EL SOCIALISMO DEL SIGLO XXI

Viernes 1ro de septiembre de 2006, por Miguel Guaglianone

Las nuevas alternativas para un mundo mejor en el siglo XXI nacen en medio de la crisis de un sistema que está llegando a los límites de sus posibilidades. La concentración exponencial de capital y poder en manos de una minoría, la fosa cada vez más profunda entre la forma de vida de esa minoría y la de las grandes mayorías humanas excluidas -cada vez más hambrientas y despojadas-está produciendo respuestas a lo largo y ancho del mundo. El sistema cruje, sacudido desde sus cimientos por el absurdo de una producción para esa minoría orientada al consumo y al derroche, que devasta al planeta.

Si queremos presentar respuestas a este sistema, tendremos que ser capaces de actuar no sólo en reacción a la situación socio-política que nos plantea la visión hegemónica (evitar convertirnos en lo que queremos enfrentar). Si lo hiciéramos corremos el riesgo -al querer combatir al enemigo con sus propias armas- de entrar a una competencia en la que no sólo lleva inmensa ventaja, sino que tampoco permitirá que cristalicen las condiciones para que podamos competir.

De alguna manera la caída de la Unión Soviética mostró el fracaso de intentar enfrentar al sistema con sus propias reglas, priorizando el “desarrollo” tecnológico e industrial y abandonando los otros aspectos del cambio social y cultural. El combate al sistema en sus mismos términos, tantas veces intentado durante el siglo XX y tantas veces fracasado, puede equipararse a suponer que el cristianismo que nació en el seno de Roma y terminó siendo la base de nuestra civilización occidental, debió haber puesto sus mejores esfuerzos para crecer y consolidarse en los conocimientos y tecnologías de ingeniería vial e hidráulica, o la organización social y política o las tácticas y estrategias de guerra que habían permitido al imperio conquistar el mundo conocido. Su respuesta fue diferente, transversal, crearon una nueva visión del mundo, y actuaron, vivieron e hicieron en consecuencia a ella, generando las semillas de una nueva sociedad.

Para lograrlo habremos de hilar fino, encontrar la médula de la crisis y allí aprender cuáles pueden ser nuestras posibilidades para propuestas alternativas y diferentes.

Una crisis que va mucho más allá de lo político, lo económico y lo social. Posiblemente nos encontremos en el estadio histórico que Arnold Toynbee [1] definió como la desintegración de una civilización. Al aplicar su modelo a nuestro mundo actual, parecen estar cumpliéndose todas las características históricas que caracterizan una civilización en sus últimas etapas. Cuando esto sucede, en su interior (en la periferia) el proletariado interno [2] -que no tiene que ver con la definición marxista de proletariado- está creando una nueva propuesta que generará la civilización filial naciente.

A pesar del neocapitalismo corporativo, del sistema político de la democracia representativa, del sistema militar de alta tecnología, de la sociedad de consumo y confort, lo fundamental de la crisis parece estar en que la propuesta civilizatoria que se intenta imponer está haciéndose cada vez menos creíble a las grandes masas del planeta, sin importar todos los esfuerzos por hacerla y mantenerla universal.

Y ¿qué es la propuesta civilizatoria? Es la cosmovisión presente en las mayorías que determina todo aquello que se vive y produce socialmente. De ella nacen los hechos creados por las gentes, que se estructuran a partir del sistema de valores y creencias y de la forma de ser, estar y hacer en el mundo.

La cultura, el factor fundamental

El Diccionario de la Real Academia Española define en su tercera acepción a la palabra cultura como “Conjunto de modos de vida y costumbres, conocimientos y grado de desarrollo artístico, científico, industrial, en una época, grupo social, etc”. [3] Esta es una definición amplia de cultura, más allá de la visión limitada que establece como cultura lo referente a las manifestaciones de ciertas artes (cultura refinada), o ciertas costumbres y manifestaciones en el seno de los pueblos (cultura popular, folklore). En esta concepción, los “hechos” sociales constituyen la cultura y la relación que tienen con el sistema de valores y la visión del mundo, es dual y dinámica: un sistema de valores y una visión del mundo producen un cierto tipo de hechos sociales, y estos hechos sociales a su vez modelan y desarrollan al sistema de valores y la visión del mundo.

En otras palabras: todo lo que hacemos y vivimos es producto de nuestras creencias y principios, y nuestras creencias y principios están a su vez moldeados por lo que hacemos y vivimos.

Entonces, para todo cambio en profundidad que intentemos proponer, el factor cultural será capital. La tarea más importante que nos aguarda es la de promover, estimular y desarrollar los hechos culturales de nuestros pueblos, para ir conformando una propuesta civilizatoria alternativa. Los cambios en las estructuras de poder (política) en la administración de lo producido (economía) y en la vida de la sociedad, pasan a través de los cambios culturales. La esencia de este proceso fue magistralmente sintetizada por Simón Rodríguez cuando dijo que no podemos tener una república si antes no contamos con republicanos. Las urgencias producidas por las variables económica, social y política, generalmente hacen dejar a un lado (para cuando existan condiciones) los problemas de los valores y la cultura. Sin embargo es en este sector dónde se encuentra la esencia de los cambios que debemos y queremos realizar.

La propuesta cultural hegemónica

Desde el Renacimiento, la expansión de Europa y su conquista de territorios en todos los continentes fue acompañada por una naciente visión del mundo producto de los cambios sucedidos en esa época. “A partir del descubrimiento de América, la acción combinada del capitalismo y la ciencia empieza a abarcar el mundo entero. Con velocidad creciente, al cabo de cuatro siglos [ahora cinco] se convertirá en el gigantesco vórtice que arrastrará a los seres humanos”. [4]

Esta visión se basó en un etnocentrismo total, que consideró a las culturas diferentes de las europeas como “primitivas”, “bárbaras”, “decadentes” o “atrasadas”. Así la Civilización Occidental llegó a considerarse como el producto final de un sistema evolutivo “en progreso”, que comenzó en Babilonia y llegó en el siglo XX, consigo misma, a la cúspide del desarrollo de la humanidad. El cambio geográfico del centro hegemónico que se concretó después de la Segunda Guerra Mundial, produjo una “mundialización” de la propuesta cultural, hija de Europa pero ahora con una visión “americana”.

Los fenómenos de la industrialización acelerada, de la sociedad de masas, la sociedad de consumo, el neocapitalismo corporativo y el desarrollo exponencial de la tecnología (en especial la de comunicaciones) han provocado en las últimas décadas una aceleración desenfrenada de esa “globalización cultural”.

Globalización cultural impositiva y totalizadora realizada a través del machacante mensaje cotidiano de los medios de comunicación masiva, que en un sistema de educación continua van imponiendo la visión estética edulcorada de la casa Disney, el patrón de comida chatarra simbolizado por Mc Donalds, los prototipos étnicos (rubias altas, de senos grandes y ojos azules, muchachos musculosos, por supuesto también rubios y de ojos claros), héroes y heroínas de conductas determinadas por el cine de Hollywood y la televisión, e innumerables etcéteras.

Globalización que nos propone no sólo como debemos ser, sino como debemos vernos, partiendo de unos patrones que poco tienen que ver con la vida cotidiana de las mayorías. En definitiva, como dice Jean Baudrillard, una “sociedad del simulacro”.

Pero lo más importante es que se intenta imponer un sistema cultural dónde lo bueno y lo malo, lo aceptable y lo inaceptable, lo correcto y lo incorrecto, lo posible y lo no posible están determinados y encerrados por la propia propuesta. El análisis crítico de las limitaciones y despojamientos de esta visión cultural fue realizado en profundidad por Herbert Marcuse a fines de la década de los sesenta: “He analizado en este libro algunas tendencias del capitalismo americano que conducen a una ’sociedad cerrada’, cerrada porque disciplina e integra todas las dimensiones de la existencia, privada o pública.” [5]

Positivismo, materialismo, individualismo, american way of life, no queda lugar para ninguna otra alternativa. Y casualmente, quienes manejan, promueven y disfrutan los beneficios de esta situación son el mismo grupo de corporaciones transnacionales, casi todas con sede en los Estados Unidos, que hoy tienen en el gobierno de ese país a sus representantes directos.

La mercaderización de la cultura

El último paso en este proceso, producto inevitable del neocapitalismo -ahora neoliberalismo corporativo- es convertir en mercancía todo hecho cultural. Es la teoría de la bicicleta, hay que pedalear cada vez más fuerte para mantener el equilibrio. Ya no basta con producir bienes de consumo masivo tradicionales, es necesario conseguir nuevos “productos” para ampliar los mercados y las ganancias en su producción y comercialización.

Los hechos culturales son estos nuevos “productos”, que por supuesto estarán “elaborados” en forma industrial para su mayor rentabilidad. Este fenómeno comenzó a perfilarse en la década de los sesenta del siglo XX, (aunque hacía tiempo que las obras de las artes plásticas a través del Mercado del Arte -desarrollado durante casi cuatrocientos años- se habían convertido en productos). Aparecieron entonces las primeras “industrias culturales” generadoras de productos de consumo masivo realizados en serie. Ya el cine de Hollywood era desde su nacimiento una “industria”, se le agregaron en ese momento las industrias culturales de la Música y la Editorial.

Pero la voracidad del neoliberalismo va mucho más allá, actualmente intenta cubrir las demás áreas de los hechos culturales, mercaderizando los bienes públicos -patrimonio de la sociedad entera- y colocándolos en manos privadas que los manejarán de acuerdo a sus privados intereses y a las leyes del mercado.

Así, este proceso afecta la Salud Pública, a través del control de la producción de medicamentos (las corporaciones desarrollan, patentan y comercializan sólo aquellos que producen las ganancias adecuadas a sus aspiraciones y controlan la investigación científica en el área en función de sus intereses económicos) y con la privatización de los servicios públicos de medicina, que también manejan de acuerdo a sus necesidades de mercado. Afecta la Educación Pública, con la privatización de los sistemas educativos, desde el kinder hasta la universidad, que se convierte así en un producto manejado para élites, comercializado por transnacionales corporativas. Afecta la Agricultura, imponiendo el uso de transgénicos, cuyas patentes y productos accesorios están en manos de unas pocas corporaciones transnacionales y cuya siembra implica el uso de sistemas intensivos que desplazan a los campesinos tradicionales en beneficio de las “industrias agrícolas” (también manejadas por corporaciones) sin permitir ningún tipo de estudio acerca de las consecuencias ecológicas y biológicas de estos productos. Afecta el sistema de Servicios Públicos, con la privatización de los Servicios Sociales, las Telecomunicaciones, los Servicios de Aguas Potables y Energía. Y lo más grave, afecta la creación y el uso del conocimiento. A través del sistema de patentes y “derechos de autor” el conocimiento -que ha sido siempre un bien social de uso público- se convierte en propiedad privada de las corporaciones. Se patenta hasta la vida misma (como los sistemas de clonación y la competencia por lograr la cuantificación del genoma humano por empresas privadas, a fin de hacerlo patentable). Estas empresas llegan incluso a robar los saberes tradicionales de los pueblos y patentarlos en los países centrales para su uso comercial exclusivo.

Este proceso que puede parecer económico, es sin embargo fundamentalmente cultural. La validación de lo que sucede (difundida constantemente por el sistema de educación continua de los medios masivos) nos explica que esta situación mejora nuestra calidad de vida, que es así y sólo así que funcionarán mejor las cosas. Esta penetración cultural es de tanta influencia que aún quienes podemos ser concientes de esta situación, tenemos que hacer esfuerzos para no hablar de “productos culturales” e “industrias culturales”, conceptos que parecieran estar ya impuestos por el sistema como válidos cuando hablamos de cultura.

Y como vimos, esta visión se promueve y educa gracias a unos medios de comunicación masiva propiedad de unas pocas corporaciones transnacionales, quienes que trabajan asociadas a los intereses de sus corporaciones clientes.

Las respuestas posibles

La respuesta para nosotros, las naciones del Sur, que no pertenecemos al sistema más que como proveedoras de materias primas y mano de obra barata (y receptoras de un sistema cultural que no nos pertenece) debe surgir de la búsqueda y afirmación de nuestros propios valores culturales.

Frente al etnocentrismo de la visión hegemónica debemos proponer el pluricentrismo de las múltiples ópticas culturales de nuestros pueblos. Alternativa a la propuesta positivista, deberemos desarrollar aquellas de nuestras visiones que son vitales y en alta medida no-racionalistas. Ir más allá del individualismo a través de la promoción y la valorización de aquellos de nuestros hechos que nos vuelven más solidarios, más fraternos, más colectivos (no colectivistas). Ir más allá del materialismo, consolidando y afianzando los valores que nos orientan hacia expectativas de vida más trascendentes. Esta es una tarea ardua, habrá que sacudir quinientos años de imposición de una propuesta cultural que ha llegado a generar el descreimiento en nosotros mismos y la alienación de sentirnos disociados entre un ser real y un ser “a la manera de”.

Un primer paso debería partir de una toma de conciencia colectiva acerca del valor de nuestras propias visiones, de consolidar la confianza en ellas, y de universalizar en nuestras sociedades el actuar y vivir de manera diferente a la establecida por el sistema. Algo de esto ya está sucediendo. La visión imperial comienza a ponerse nerviosa con los pueblos que se resisten a sus reglas del juego. Basta con listar los adjetivos usados por los poderes centrales o sus representantes en nuestros países cuando producimos respuestas distintas: no somos “modernos”, o tenemos “visiones del siglo XIX”, somos “fundamentalistas”, “utópicos”, “trasnochados”, “destemplados”, “irreales”, etc., etc.

Latinoamérica, un continente mágico

Desde nuestro continente, es mucho lo que tenemos para aportar. Frente a la monocromía de la propuesta cultural hegemónica somos, como dice Aram Aharonian, un continente en technicolor. Somos producto de cinco siglos de interrelaciones culturales múltiples que han ido generando una visión particular del mundo y a pesar de la imposición de una cultura extranjera, ya desde el principio de la conquista estamos generando nuestras propias respuestas (por ejemplo la arquitectura religiosa de la colonia, o la introducción de elementos autóctonos en una religión impuesta como el cristianismo).

Y hemos continuado haciéndolo. A fin de los años cincuenta las tres grandes novelas que definían nuestra literatura, Don Segundo Sombra, del argentino Ricardo Güiraldes, Doña Bárbara del venezolano Rómulo Gallegos y La Vorágine del colombiano José Eustasio Ribera, tenían en su diversidad un tema común: el ser latinoamericano. El boom literario de los años 60 profundizó esa mirada en nosotros mismos, convirtiendo lo real maravilloso en una característica universal de nuestra idiosincrasia.

Y por supuesto no se reduce a las artes, cuando Schiaffino, Pelé o Maradona hacen del fútbol (un deporte traído a nuestro continente por el imperio inglés en el siglo XIX) un espectáculo multicolor insólito, o cuando Osvaldo Guillén lleva a su equipo de béisbol a ganar la serie mundial con la Pelota Caribe, está presente y a la vista que existe una forma de hacer las cosas que es diferente, es nuestra y produce resultados distintos a los impuestos por el sistema.

Más aún, los elementos culturales populares de Latinoamérica son cada vez más importantes en la sociedad norteamericana, el centro del imperio. Le emigración masiva de latinoamericanos de los sectores más desposeídos está introduciendo su forma de ver y hacer, con el escándalo de los sectores dominantes blanco-anglosajones. Sin dejar de mencionar en estos pocos ejemplos de un fenómeno tan múltiple y complejo, como los científicos latinoamericanos están presentes en la cada vez más reducida investigación que no está en manos de las corporaciones transnacionales. O añadir además, como estamos generando procesos sociales alternativos e inéditos, que van desde movimientos sociales como los Sin Tierra en Brasil, o los zapatistas en México, hasta nuestro propio proceso bolivariano. Procesos sociales que no encajan en los moldes tradicionales del análisis social y político.

Algunas consideraciones concretas

A partir de lo expuesto, planteamos algunas consideraciones acerca de en qué y cómo actuar en el problema de la cultura y el proceso de cambios. Por supuesto sin aspirar a presentar soluciones finales, sino solamente aportar elementos a un debate que debe ser colectivo y social.

- Es una tarea prioritaria y necesaria promover, desarrollar e incrementar la pertenencia y la confianza en nuestros hechos culturales, nuestra forma de hacer las cosas y nuestra visión del mundo. Debemos superar quinientos años de alienación y desconfianza en nuestros propios criterios, para llegar a creer en ellos y en nosotros mismos.

- Será necesario tener en cuenta nuestras raíces, sin caer en el pecado del arcaísmo (considerar que todo tiempo pasado fue mejor). El objetivo prioritario debería ser el reconocernos a nosotros mismos en el hoy y el ahora. Somos quienes somos actualmente, con el legado de nuestras raíces pero también como producto del entrelazado de varias herencias culturales (incluida la europea) en un proceso histórico concreto, que nos convierten por esa misma circunstancia en pueblos con patrones culturales propios, en nuestro presente y de cara al futuro.

- Igualmente, no podemos caer en la tentación de rechazar a priori todo aquello que nos han impuesto. El meollo de una respuesta transversal está, no en los elementos que usemos, sino en las prioridades que demos al uso de esos elementos. En el ejemplo que mostramos al comienzo sobre los primeros cristianos, si bien no eligieron el mismo sistema de “desarrollo” del imperio, no por eso dejaron de utilizar, de acuerdo a su propia concepción, conocimientos y patrones culturales de la sociedad romana.

- Toda valoración que demos a nuestros hechos culturales, no podrá ser más que cualitativa. Toda consideración de rentabilidad es parte de la mercaderización. El valor de los hechos culturales reside fundamentalmente en su trascendencia social, que es en alta medida impredecible e imposible de cuantificar.

- La educación, más allá de los sistemas institucionales de enseñanza, es una parte fundamental de la cultura. La educación en su sentido más amplio, como conjunto de instituciones, hábitos y costumbres de la sociedad, para la introducción de los jóvenes en el sistema de valores compartidos. “Toda educación depende de la filosofía de la cultura que la presida, y debido a esos obsecuentes imitadores de los ‘países avanzados’ -¿avanzados en qué?- corremos el peligro de propagar aún más la robotización. Debemos oponernos al vaciamiento de nuestra cultura, devastada por esos economicistas que sólo entienden del Producto Bruto Interno -jamás una expresión tan bien lograda- que están reduciendo la educación al conocimiento de la técnica y de la informática, tan útiles para los negocios, pero carente de los saberes fundamentales que revela [entre los que se encuentra] el arte.” [6]

- Dentro del problema de la cultura está también la generación de conocimientos y tecnologías. Respecto al conocimiento, deberemos aprender a no temer en valorar y promover nuestros saberes propios y tradicionales aunque no estén aprobados o no sean considerados por el conocimiento oficial del sistema. Respecto a la tecnología, una respuesta transversal oscilará entre el uso de tecnologías existentes (sin hacer prioritario el perfeccionarnos en ellas) y el desarrollo de tecnologías endógenas alternativas. [7] En el sistema neoliberal la tecnología se desarrolla de acuerdo a las leyes del mercado y se valora por encima del conocimiento. Daniel Bell [8] mostró cómo existe en la sociedad post industrial una sima entre el desarrollo tecnológico y las necesidades de la sociedad. Parte de nuestra tarea consistirá en desarrollar tecnologías que sean producto de nuestras necesidades sociales reales.

- El Estado debería ser promotor de los hechos culturales propios, partiendo de la definición ampliada de cultura, sin creer que promoverla signifique llevar al “pueblo” la “cultura refinada”; sino colaborando en el enriquecimiento de la pertenencia y desarrollo de los haceres y saberes existentes, ocultos bajo el manto de la propuesta cultural hegemónica.

- En nuestras sociedades, masificadas y urbanizadas, el problema de los medios de comunicación es factor de excepcional importancia ya que realizan una parte muy importante de la educación. También será necesario combinar el uso de los sistemas de comunicación masiva para promover nuestra cultura, con el desarrollo y empleo de sistemas de comunicación social nuevos y alternativos.

Estas son algunas consideraciones que habrá que tener en cuenta para enfocar el problema de la cultura y los cambios sociales y de su sola enumeración se desprenden dos consecuencias importantes: Primero, un problema tan complejo incluye múltiples facetas (estamos seguros que dejamos varias de lado) y esa complejidad implica que sus soluciones (y la propuesta de nuevas alternativas) constituyen una labor colectiva, producto de discusión a todo nivel en la sociedad y con los aportes de muchos individuos y comunidades. Finalmente, el camino a seguir no es sencillo, no se resolverá con fórmulas preestablecidas, ni repitiendo modos conocidos. El problema principal consiste en mantener un difícil equilibrio entre lo nuevo y lo viejo, entre lo existente y lo que se va creando. Podremos determinar un rumbo, pero no podemos establecer a priori el camino concreto. En los procesos sociales se hace camino al andar. Lo más importante es tener claro el rumbo y mantenerlo.

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