domingo, 15 de febrero de 2009

Apuntes para la autocrítica

En tiempos de revisión y rectificación

Por Miguel Guaglianone

En los momentos en que las cosas no suceden como esperamos, cuando nuestras acciones no provocan los resultados que estimamos, es cuando el proceso de autocrítica se aparece como una excelente herramienta para poder continuar el camino. Este proceso es aplicable tanto a cada individuo en particular, como a los grupos sociales y políticos.

La realidad que nos rodea generalmente tiene su propia dinámica, que no tiene que coincidir necesariamente con nuestras intenciones o deseos. Existen dos modos básicos de moverse en ella (con infinidad de matices), podemos intentar doblegarla a nuestras expectativas, lo cual produce normalmente resultados diversos y azarosos (a veces ella responde positivamente a nuestros actos y a veces no). O podemos usar otro método, aquello que el biólogo chileno Humberto Maturana llama “conversar con la realidad” y que algunos filósofos y autores llaman el “fluir con la realidad”. Cuando logramos combinar en un proceso dinámico lo que la realidad nos presenta con nuestros deseos, expectativas y motivaciones, es realmente cuando podemos influir sobre ella. Es necesario “surfear” la ola de los acontecimientos y no enfrentarnos a ellos para poder dirigirnos hacia donde queremos.

Pero existe en todos nosotros, como seres humanos que somos, la tendencia natural a aferrarnos a nuestros propios sistemas, generados en el proceso de vivir (sobre todo si esos sistemas han resultado exitosos en algún momento). La principal dificultad de revisar y rectificar está centrada en la inercia que acumulamos en los modos de actuar. Esta inercia es producto de que los hábitos y costumbres están relacionados con la parte más antigua de la mente humana (asociada al cerebro reptil o cerebro básico) la cual tiene una adaptabilidad mucho más limitada que los sistemas del conocimiento o el sistema emocional.

Por ello, para lograr cambios en nuestras conductas debemos iniciar un difícil, tenso y desparejo proceso que implica un conflicto: sustituir parte de los sistemas internos (que son una parte nuestra y con los cuáles nos sentimos cómodos) que hemos venido creando en el transcurrir de los eventos. Para iniciar este proceso no es suficiente con la voluntad de cambio (que es una emoción), es necesario partir de la convicción de la necesidad de cambios, la cual combina emoción con conocimiento, sensibilidad e intuición. Éste es el motor que nos permite iniciar las reestructuraciones, el que proporcionará la fuerza necesaria para afrontar el proceso de cambios

Esta convicción es el punto de partida (y el sostén) del proceso de autocrítica. A veces llegar a ella constituye el paso más difícil. Muchas veces la necesidad de cambio anunciada no pasa de convertirse en un slogan, una justificación de la impotencia ante los eventos. Si esto es así, ningún proceso de autocrítica será eficiente, se diluirá en medidas no operativas, y seguiremos manteniendo el status quo, repitiendo las conductas que no inciden para que la realidad se acople a nuestras intenciones.

Pasos para la autocrítica

Si hemos logrado la convicción firme de cambios, el primer paso consiste en revaluar nuestra apreciación de la realidad. Es necesario revisar nuestro conocimiento del contexto en que nos movemos y constatar si tenemos una visión adecuada de nuestro entorno. Muchas veces nuestra apreciación es errada porque no disponemos de los datos necesarios para manejarnos. Esto puede deberse a que no tenemos la cantidad suficiente de fuentes de información, o porque aquellas de que disponemos no están suministrándonos los datos correctos. Será entonces preciso ampliar o cambiar nuestras fuentes de información para lograr una percepción acertada de la realidad.

El segundo paso consiste en revisarnos. Esta revisión para ser efectiva debe ser profunda. No detenerse solamente en el análisis de acciones y conductas, sino ir más allá, hacia revisar el modelo de interpretación de la realidad con el cual nos manejamos.

Un método adecuado para encarar esta revisión en el caso personal es la introspección (mirar para adentro), y en el caso de los colectivos el de una discusión abierta, honesta y múltiple sobre quienes somos y de que forma vemos el mundo.

En el caso personal la visión del si-mismo es la imagen que el yo tiene de sí. En el caso de los colectivos esa visión del si-mismo es un consenso de supuestos comunes entre quienes conforman el colectivo. Para realizar este proceso de revisión es necesario poder conseguir una visión transversal de nosotros mismos, vernos con nuevos ojos, lo más desapegados posibles de nuestra visión habitual de nosotros-mismos. Con esa visión más desapegada, podremos ejercer una duda constructiva sobre nuestro si-mismo, confrontando cada parte de nuestro ser (tanto en lo personal como en lo colectivo) y sometiéndola a un interrogatorio dubitativo (¿Por qué creo en esto, porqué estoy convencido de esto otro, etc.). Así podemos empezar a rehacer aquellas partes de nuestra visión del mundo que pueden estar desajustadas con la realidad externa y que determinan nuestras acciones y decisiones frente a la realidad.

Este proceso de duda se complementa con el recurso de los espejos externos. En el caso personal acudiendo a personas que nos conocen y que pueden proporcionarnos una visión de nosotros-mismos capaz de ser confrontada con la nuestra. En el caso de los movimientos sociales, habrá que recurrir a visiones similares a la nuestra (aunque no coincidan exactamente o no estén directamente comprometidos con ella) que nos den también una óptica externa sobre nuestro colectivo.

Los logros proporcionados por la duda y los espejos externos nos permiten una nueva evaluación del nosotros-mismos a la luz de estos nuevos elementos. En la confrontación y comparación con lo ya existente podemos ser capaces de generar un proceso dinámico enriquecedor, posible de modificar nuestra forma de ver el mundo.

El próximo paso consiste en incorporar los nuevos elementos generados en esa confrontación y comparación. Es necesario aclarar que todos estos procesos no pueden limitarse solamente a los elementos conceptuales que logremos, sino que deben incluir necesariamente las percepciones intuitivo-sensibles y las emocionales, bajo el riesgo de no lograr resultados efectivos si estas últimas no son parte integral del camino que estamos asumiendo. En otras palabras, el proceso de cambios generado por la autocrítica no puede limitarse a cambiar nuestras ideas, debe lograr cambios en nuestra sensibilidad y en nuestro sistema emocional, cambios que solo serán efectivos si incluyen todas estas facetas que conforman nuestra visión del mundo.

Finalmente, para lograr incorporar estos nuevos elementos, es necesario generar un consenso (tanto en el ser interior, en el caso personal, como en el seno de los movimientos colectivos) que permita la acomodación y reestructura general. Este consenso en caso de nuestro ser interior consiste en “reacomodar las cargas” de los elementos que determinan nuestra visión del mundo, y en el caso de los movimientos colectivos, el cambio, incorporación o reacomodación de los supuestos comunes que constituyen la argamasa de unión entre quienes pertenecen a ellos.

El último paso seguirá desarrollándose en adelante. Consiste en formar el hábito del uso de los nuevos cambios. Sólo se logra manteniendo firme la convicción inicial y repitiendo adecuadamente los nuevos patrones y sistemas frente a cada circunstancia. La inercia de que hablamos en principio se vence a través de la imposición de nuevas formas de acción.

Resultados

El proceso de autocrítica, si logra cumplir con éxito los pasos descritos, genera cambios importantes en nuestra conducta que tienen una repercusión inmediata en nuestro desempeño en la realidad. Si logramos ser poco a poco diferentes de lo que éramos, actuaremos diferente y lograremos resultados diferentes.

Sin embargo el proceso de autocrítica puede ser usado de otras maneras. En lo personal a veces es el pretexto para elaborar un cambio “gatopardiano”, cambiar algunas cosas para que todo quede como está. Es fácil engañarse y realizar sólo los pasos formales del proceso, sobre todo a nivel del entendimiento racional (en el mundo de las ideas) y convencerse de que los cambios han sido realizados, cuando lo que se ha logrado es nada más que un pretexto que justifica consigo mismo a quien lo realiza y no provocará los cambios necesarios en su conducta.

En lo que respecta a los colectivos, la autocrítica mal utilizada (intencionadamente o no) ha llevado a monstruosidades políticas y humanas como las acontecidas en los juicios por desviación ideológica o política en la Unión Soviética stalinista o en la Revolución Cultural de la China de Mao, dónde la “autocrítica” llegó a consistir en un mea culpa público que daba toda la razón a los factores de poder imperantes y humillaba hasta la autocondena a quien estaba demostrando sus “errores revolucionarios”.

La única referencia que tendremos para saber si hemos realizado positivamente el proceso de autocrítica será el feed-back (la respuesta) que nos proporcione nuestro entorno. Los cambios realizados provocarán inmediatamente unas respuestas de la realidad que estarán más adecuadas a nuestras motivaciones, objetivos y deseos.

Será preciso entonces mantener los ojos bien puestos en estas respuestas (en forma sistemática y profunda) ya que serán quienes nos vayan indicando si hemos logrado el éxito en realizar los cambios que las circunstancias nos estaban exigiendo.

Finalmente, estos apuntes no constituyen una verdad indiscutible, ni pretenden proporcionar una fórmula mágica para solucionar problemas. Son nada más que reflexiones sobre una experiencia acumulada y un estudio prolongado del proceso de autocrítica, tanto a nivel personal como en lo colectivo. Su único propósito es intentar transmitir alguna referencia capaz de ser útil. Si algo de lo expuesto es capaz de producir algún eco o reverberación en otros nos sentiremos más que satisfechos de haberlo realizado.

E-mail: miguelguaglianone@yahoo.com.ar

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